Cámaras de fotos

viernes, 19 de agosto de 2011

Cámaras de fotos hay muchas, muy variadas, de muchos formatos, construidas con los más diversos materiales y destinadas a los más variados perfiles de usuario. Cada uno tiene un tipo de cámara que le gusta y ninguna es mejor que otra, simplemente es diferente dependiendo de a quien le preguntes. Estando en Alemania me conseguí hacer con una vieja Canon A-1, una cámara de los años 80 preciosa que funcionaba perfectamente cuando la conseguí. Con el paso del tiempo fueron apareciendo los primeros inconvenientes: obturador a veces lento, falta de autofoco, avance manual, etc. Muchas de estas cosas son obvias en este tipo de cámaras, no obstante fueron apareciendo algunos problemillas que se solían solucionar poco a poco, pero que nunca modificaron mi opinión inicial sobre la cámara: una maravilla.

Hace mucho tiempo, unos dos años más o menos, escribí en este blog que las mujeres eran como cámaras de fotos. Aparatos que captan nuestra atención por su perfección aparente, cuyos ojos, movimientos, forma de hablar, de moverse, de hacerte sentir feliz, hacen que tu alma quede atrapada en una especie de cámara oscura parecida a la que usan las cámaras de fotos y al igual que éstas, la luz, o en este caso tu especie de alma mortal, queda atrapada en sus ojos una vez que el obturador se aprieta. El momento exacto en el que esto pasa nunca está claro, pero hay quien dice que en dicho momento tu mundo se reduce a ella. Te pueden atrapar estando en la cola del súper (en plan americano), durante un concierto tocando el violín o en el cine viendo Hamlet en B/N, apretando ella el obturador dejándote indefenso. La sensación de indefensión es tan terrorífica como el momento justo antes de que el pelotón de fusilamiento dispare y tan alegre como cuando te hace cosquillas tu madre siendo un niño

Como todo aparato maravilloso y delicado, dichas cámaras necesitan mantenimiento y cuidados, no vaya a ser que el alma atrapada en el celuloide en la cámara oscura se estropee y se corrompa. Muchas veces las cámaras dan dificultades y hay que hacer muchos esfuerzos para que vuelvan a funcionar bien, pero uno lo hace encantado porque sabe que es una máquina como ninguna otra. Además, lo curioso de estas cámaras es que tienen sentimientos de lo más variados, lo que muchas veces hace que tú te preguntes porque no te pasas al digital. La respuesta está clara: la magia del analógico y su forma de capturarte te maravillan, te sorprende y al igual que con las fotos, su falta de perfección te engancha. En muchas ocasiones se le echa la culpa a esa alma atrapada de que no funciona bien la cámara, a lo que dicho ente etéreo responde negativamente culpando a la cámara. En la mayoría de las ocasiones se trata de un problema bilateral que se soluciona sincronizando ambas partes haciéndolas funcionar como una sola.

Además de sentimientos, estas cámaras tienen sueños que tú, desesperado por mantener viva esa parte de tu alma atrapada en su interior, intentas hacer que se cumplan porque no quieres que dicha cámara se estropee. Si esto ocurriese, la parte de ti que está atrapada en la máquina sufriría al igual que un fotograma se estropea al colarse la luz en la cámara oscura. Muchas veces la luz se cuela poco a poco sin que tú, pobre fotógrafo encargado de cuidar la máquina sepas qué está pasando. Si la luz se cuela poco a poco, el dolor lo sufre tu alma de poco en poco, hasta que se termina de extinguir esa magia que brillaba dentro de ella. No obstante, esa parte de ti no muere, porque ha tenido tiempo de recuperarse de los flashes. En otras ocasiones se cuela de una forma tan imprevista y es una luz tan cegadora que tu alma muere tras mucho sufrimiento, un sufrimiento motivado por la indefensión y la sorpresa de que tu querida cámara haya tenido esa reacción. Es en ese momento en el que tú, pobre mecánico, intentas descubrir sin éxito el origen de todo. En muchos casos el origen está claro. En otros es inexplicable ya que has hecho un esfuerzo enorme en hacerla feliz, en procurar que esa sonrisa se mantuviese siempre en su cara, que en sus ojos siempre brillase la luz que te capturó y que en su cuerpo siempre hubiese sitio para la alegría. Te has esforzado tanto y durante tanto tiempo que estabas dispuesto a dejar de lado los sueños que tenías antes de conocerla para escribir unos nuevos en los que cuidar dicho artefacto con amor y cariño fuese una de tus mayores preocupaciones.

La alegría de cuidar de dicho aparato da paso al dolor más profundo, un dolor que nunca habías sufrido y que no pensabas que fuese posible sufrir de esa manera. ¿Por qué? Difícil pregunta cuya respuesta muchas veces ni la propia máquina conoce. No es fácil perder un trocito de tu alma, sobre todo si la máquina ha hecho tantas tomas que el trozo se ha hecho casi tan grande como tú.

No soy un gran escritor, ni siquiera soy bueno. Yo diría que soy regular. ¡Qué coño! Ni siquiera soy un buen fotógrafo. Hace dos años, cuando hice el símil de las cámaras por primera vez, pesaba que una cámara de fotos era algo perfecto e infalible que fusionaba el ojo y el alma propia del fotógrafo con un montón de lentes, tornillos, plásticos y demás elementos sintéticos que tenían como resultado producir algo capaz de conmover el alma de nuevo. Así mismo, acababa de descubrir el maravilloso mundo de enamorarse y tener a alguien, algo que era completamente nuevo para mí y algo que nunca tuvo para mí la más mínima relevancia hasta entonces. Ambos mundos, el de la fotografía y el del amor eran nuevos casi simultáneamente para mí e hice, sin casi pensarlo, la relación entre ambos. Acababa de escribirle una carta a una chica muy especial (esa máquina maravillosa) y me sentía increíblemente solo por su ausencia. Mientras escribía la carta, dejaba de lado mis sueños por ella, construía un mundo nuevo basado en nuevas experiencias que nada tenían que ver con las acumuladas anteriormente. Pero todo lo que empieza, llega a su fin. Yo esperaba un fin anciano y con arrugas cuidando de tortugas y gallinas mientras abrazaba a mis nietos y le susurraba a mi pequeña cámara todas las noches antes de irnos a dormir que siempre sería única y especial para mí. No obstante el final ha llegado con menos arrugas de lo esperado y con menos tortugas de lo pensado.

He vivido y hecho muchas cosas a lo largo de mi vida, demasiadas quizá, y nunca ninguna había sido tan espectacularmente dolorosa como la que me ha pasado hoy. Me han pegado con una porra de policía, me he cortado con las cuerdas de un violín, casi me llevo un dedo decapando una mesa de comedor mientras trabajaba de carpintero, me dieron un culatazo de fusil en la Armada e incluso me ha atropellado un coche, no obstante ninguna de estas o de otras que no pongo aquí me han dejado tan dolorido y tan vacío por dentro. Además a diferencia de todo lo anterior, este dolor no se me va a olvidar nunca y me ha dejado una huella que difícilmente nada ni nadie va a poder subsanar. Esto es lo que tiene enamorarse de una máquina cuasi perfecta señores, que tarde o temprano te hará sufrir. Afortunadamente para todos nosotros, queridos amigos mecánicos y fotógrafos, la máquina perfecta no existe. ¿Qué gracia tendría?.

Aunque llegue tarde te lo susurro: siempre serás única y especial para mí

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